¿Es sincera la nueva actitud del presidente Erdogan?
Gustavo Morales
Su
acercamiento a Moscú tras las disculpas explícitas por el derribo, el pasado 24
de noviembre, del cazabombardero Sukhoi-24 ruso y el consiguiente
encarcelamiento de los pilotos
turcos que lo derribaron, los héroes de ayer son
los villanos de hoy, responde al quebranto económico tras el corte de las
relaciones económicas y comerciales con la Federación rusa. La caída
vertiginosa del turismo y de las importaciones rusas han hecho mella en las
finanzas turcas. Pero no ha sido lo único. También responde a la necesidad que
tiene de desarrollar el programa nuclear de Akkuyu y a la construcción del
gaseoducto Tuskish Stream, capaz de transportar 63.000 millones de metros
cúbicos anuales, para cobrar sus gabelas por el paso de la energía rusa hacia
Europa. Turquía obtenía el 55% de sus requerimientos de gas y la tercera parte
de los de petróleo vía Rusia. Las pérdidas turcas superan, con mucho, los diez
mil millones de dólares. También las empresas constructoras turcas llevaron
adelante proyectos muy importantes en la capital rusa: La compañía Enka renovó
el edificio de la Duma Estatal, mientras que
Renaissance Construction construyó la oficina principal de Gazprom en
San Petersburgo.
Ankara cumple con las condiciones impuestas por Putin,
expresadas por el secretario de prensa del Kremlin, Dmitri Peskov: pedir perdón,
compensar los daños y el castigo de los pilotos culpables.
Pero no es la única ocasión en que diversos sátrapas, como
el extinto sha Reza Pahlevi, orquestan un acercamiento a Moscú para obtener
ventajas de Occidente. Erdogan tiene prisa, no está contento con la demora de
eliminar los visados a los turcos que la Unión Europea había prometido para el
pasado mes de junio sin cumplir su palabra tras sucesivas demoras. El europeísmo
de su exprimer ministro Davotoglu acabó con su destitución al fallar el
chantaje de los refugiados sirios e iraquíes sobre Berlín.
Erogan ha tenido una carrera fulgurante, dos años después de
crear su partido fue primer ministro, ahora es presidente y sueña con borrar la
herencia de Mustafá Kemal Al Ataturk y volver al pasado imperial de los
otomanos. Ahora vuelve su mirada hacia oriente, se entrevista con Vladimir Putin
en el antiguo Leningrado,
hoy San Petersburgo y se anuncia la visita del
ministro iraní de Exteriores a Ankara. A la vez, retoma la relación con el
estado de Israel y olvida el incidente, en mayo de 2010, en que murieron varios
turcos de la flotilla de ayuda a Gaza.
Queda Siria, donde Turquía ha sido muy activa en el apoyo
logístico, transporte y armamento, a los grupos takfieríes que pretendían
derrocar al presidente Al Assad. También las denunciadas, en su momento,
compras de petróleo robado en Siria e Irak que denunciaron los satélites rusos
acusando directamente al hijo de Erdogan de beneficiarse de ese comercio. Allí,
el presidente turco tendrá que dar un giro de 180 grados en su política, lo que
debilitará su alianza de hecho con la Casa de Saud, con un importante déficit
democrático y su sorprendente e injusta presidencia de la sección de Derechos
Humanos de la Organización de las Naciones Unidas. Es el lobo cuidando a las
ovejas.
Erdogan abre una puerta oriental mientras da un portazo en la occidental. Pero no es un giro permanente sino la ocasión de conseguir nuevas ventajas del amedrentado Occidente ante la perspectiva de las nuevas alianzas del menos europeo de los países de la OTAN.
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